’A veces la investigación molesta, al menos en ciencias sociales’

Amparo González Ferrer califica de “auténtico milagro” que en nuestro país el fenómeno migratorio no haya producido los conflictos que sí se han registrado en otras sociedades receptoras. Pero, cuidado, “ese equilibrio es inestable, tanto que con dos portadas de periódico lo puedes romper”, señala. Esta investigadora del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC cree que los recientes acontecimientos en la frontera ceutí, donde el pasado 6 de febrero fallecieron 15 inmigrantes 'sin papeles' que intentaban alcanzar a nado la costa española, se están utilizando políticamente. Eso, a su juicio, puede tener unaderiva peligrosa que explica en esta entrevista. González Ferrer estudia los fenómenos migratorios internacionales. ¿Por qué motivos se desplazan las personas? ¿Cuánto y cuándo lo hacen? ¿Qué tipo de gente se mueve? A estas y otras preguntas trata de contestar en sus investigaciones, reflejadas en obras como Inmigración. ¿Integración sin modelo?, publicado recientemente por Alianza Editorial, o el informe La nueva emigración española. Lo que sabemos y lo que no (Fundación Alternativas). En él, González Ferrer sostiene que las fuentes oficiales en España subestiman las salidas reales, es decir, son más los españoles que se están yendo fuera como consecuencia de la crisis de lo que indican esas cifras.

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La científica Amparo González Ferrer, del Instituto de Economía, Geografía y Demografía (CCHS-CSIC).

 

¿Cuáles son las conclusiones de tu informe La nueva emigración en España: lo que se sabe y lo que no? ¿Qué es lo que no se sabe acerca de esta emigración reciente? 

La principal conclusión es que sabemos muy poco porque los instrumentos de medida de este nuevo flujo migratorio son escasísimos y muy limitados, tanto en su precisión como en su contenido. El conocimiento del fenómeno es insuficiente como para hacer aseveraciones sobre sus causas o consecuencias. Nos movemos en el terreno de la especulación. Todo apunta a que la salida no es masiva pero es importante desde 2008. Sobre todo se observa un crecimiento de las salidas desde finales de 2010, cuando empiezan a empeorar las perspectivas, a agotarse los subsidios de desempleo, a llegar noticias de gente a la que fuera le ha ido mejor... Lo que ocurre en las fases iniciales de casi todos los procesos migratorios. 

¿De qué cifras estamos hablando? 

La cifras proporcionadas por el INE desde 2008 hasta finales de 2012 (las últimas disponibles) señalan que unos 220.000 españoles habrían salido de España. Eso incluiría todos los grupos de edad, no solo migración estrictamente laboral. El informe, al contrastar los datos que proporcionan los países a los que los españoles se están marchando, como Reino Unido y Alemania, demuestra cómo nuestras fuentes subestiman esas salidas porque están basadas en registros que no son obligatorios, sino que dependen de la voluntariedad del emigrado. Como todas las medidas están basadas en este único instrumento, no son fiables. Recogen una parte pequeña y sesgada, porque tienden a registrarse aquellas personas que ya están más establecidas y que tienen más claro que se van a quedar fuera durante un periodo largo.

¿Por eso sostienes que es difícil realizar un diagnóstico a medio plazo sobre qué va a suponer esta emigración?

Claro, tanto para los individuos como para el país. Sin instrumentos fiables no podemos diseñar ninguna política de intervención en ningún sentido, con independencia de qué evaluación nos merezca el impacto del fenómeno. Lo único que podemos hacer es lo que estamos haciendo: no hacer nada. 

El libro ¿Inmigración. Integración sin modelo?, del que eres coautora, refleja la idea de que la inmigración aquí ha ido acompañada de una ausencia de debate. ¿Observas esa falta de debate en los dos sentidos, tanto para comprender la actual emigración de españoles como para valorar a España como país de inmigración? 

Sí. Hay algo de debate, pero suele ser muy parcial y poco informado, con poco aprovechamiento del conocimiento científico. Hay una tendencia a quedarse en la superficie de los debates, a simplificar los fenómenos que se quieren regular y por tanto a distorsionar un poco las conclusiones sobre las causas y consecuencias de los mismos. Percibo muy poca comunicación entre el diseño de las políticas y el conocimiento científico o informado. En ciencias sociales en general, y en temas como la inmigración, de gran repercusión social, esa simplificación del problema fomenta que todo el mundo tenga una opinión y se considere además que es igualmente válida aun sin estar informada. Entre nuestras instituciones públicas y la investigación hay poca colaboración, no por falta de deseo de los individuos de cada lado, sino por falta de diseño institucional adecuado, no hay incentivos, no hay una tradición. 

     

"Percibo muy poca comunicación entre el diseño de las políticas y el conocimiento científico o informado"  

       

¿Estás constatando cierta incomunicación entre nuestros dirigentes políticos y la comunidad científica? 

Sí, es habitual. 

Y eso, a tu juicio, conlleva la adopción de políticas y decisiones poco basadas en el conocimiento informado. 

Sí. Por ejemplo, en el ámbito de la inmigración y la emigración ha habido muy poco aprendizaje de experiencias previas en otros países. Todo el mundo piensa que su situación y su contexto son distintos, que lo que les pasó a algunos no nos puede pasar porque todo ha cambiado... Pero cuando se compara la gestión de los flujos migratorios, las respuestas políticas y las reacciones de las sociedades receptoras en los últimos 50 años, aunque con variaciones, hay ciertos movimientos repetidos, periódicamente resurgen los mismos conflictos, los mismos debates con el mismo tratamiento periodístico y político, la consiguiente misma reacción en la sociedad receptora... y es un poco frustrante. 

¿Qué es frustrante? ¿No haberlo corregido? 

Sí, aunque es complicado. Además en este tema el conocimiento científico tiene un reconocimiento menor que en otros ámbitos. Se supone que está mediatizado por tu propio posicionamiento ideológico, con lo que es un poco difícil debatir y transmitir de una forma relativamente aséptica lo que conoces de otras experiencias para no cometer errores similares. Respecto a la comparación con las experiencias de otros países, veamos el caso alemán: aunque la motivación migratoria fuese similar [socioeconómica], su gestión de la migración en los años 60 fue radicalmente distinta a como ha sido la nuestra. En Alemania hubo programas estatales de reclutamiento de trabajadores extranjeros, mientras que nuestra experiencia de inmigración, inducida por una intensa demanda de mano de obra, ha sido muy poco regulada por el Estado. ¿Dónde están las similitudes? Aquí también se decía "bueno, ya se irán cuando no haya trabajo", aunque sabíamos que en Alemania no fue así. Se sabe que un porcentaje muy grande de la emigración se queda y se convierte en permanente, generando otro tipo de retos. Aquí eso se ignoró por completo durante años, muchas veces por falta de valentía política para instruir a la población acerca de la complejidad del fenómeno y los retos de gestión que implicaba.

A pesar de esa ausencia de debate, el libro subraya que la acogida de la sociedad española a la inmigración ha sido sosegada. 

Sí, eso es un auténtico milagro si lo ponemos en perspectiva comparada. La experiencia española ha sido milagrosa hasta ahora, pero ese equilibrio es inestable, tanto que con dos portadas de periódico lo puedes romper. Pero sí, es un misterio que aquí no exista un movimiento de extrema derecha fuerte o que no haya surgido una reacción contra los inmigrantes en el actual contexto de crisis, cuando tenemos una población inmigrante mucho mayor que en Reino Unido (allí no hay ni 100.000 rumanos frente a los 700.000 de aquí, y además aquí tenemos un 26% de paro). Pero en ese país ha habido una utilización política-electoralista del fenómeno y aquí, hasta ahora, no, o en mucha menor medida. Aunque lo sucedido a raíz de las muertes en Ceuta es significativo y puede marcar un cambio de tendencia.

¿Consideras entonces que hay una utilización política de la inmigración en nuestro país? 

Sí, si no se hubiesen desencadenado los acontecimientos en Ceuta, quizás no se habría producido. El milagro es que no se haya utilizado antes. Creo que antes de sacrificar a un ministro se sacrifica la estabilidad social de un país, y eso es particularmente triste. Mi sensación es que esto responde únicamente a una estrategia de supervivencia electoral. Ha ocurrido igual en Reino Unido, por ejemplo. En esto siempre digo que no somos diferentes. (Sí lo somos en cuanto a la tranquilidad con la que se ha incorporado la inmigración, con relativa ausencia de conflicto, a nuestra sociedad. Eso siempre lo reivindico). En Reino Unido, con unas cifras más bajas de inmigración en décadas, esta se considera el primer problema del país, porque UKIP, un partido antieuropeísta, promueve esa visión y el resto de formaciones políticas se suben al carro. Así el conflicto se saca de quicio y la población tiene una percepción distorsionada respecto a cuánta inmigración llega y qué problemas genera. Aquí da la impresión de que se abre la veda para que ocurra lo mismo simplemente porque no se ha sabido gestionar una situación concreta en la frontera.  

     

"Es un misterio que aquí no exista un movimiento de extrema derecha fuerte o que no haya surgido una reacción contra los inmigrantes en el actual contexto de crisis"  

       

¿Qué opinas del papel de los medios de comunicación?  

Los medios lo fomentan. Sin ellos el Gobierno o un partido concreto no es capaz de generar la misma alarma social. Hay otro asunto: para nosotros es complicado porque cuando nos llaman los periodistas siempre quieren ver un cambio de tendencia. Pero los cambios demográficos son mucho más lentos y generalmente responden a una confluencia de factores. No podemos inventarnos las cifras. Esto es una lucha constante en las ciencias sociales. Por eso a veces nos retraemos, porque se distorsiona lo que decimos y se cuestiona nuestro trabajo cuando lo que declaramos no gusta a determinadas personas. 

¿No hay cierta tendencia a estudiar el fenómeno migratorio en función del impacto en la sociedad de acogida, en lugar de verlo como un fenómeno bidireccional que también repercute en la sociedad de origen? 

Efectivamente, aunque eso ha cambiado un poco en los últimos años. No solo en el análisis científico, también en el diseño de las políticas a nivel europeo se pone más énfasis en la cooperación con los países de origen y en conocer cuáles son las condiciones que en origen explican la aparición de flujos migratorios, su sostenimiento en el tiempo o su reversión. Es cierto que hay una visión muy egocéntrica del fenómeno migratorio porque uno ve lo que recibe, sin entender todo el proceso. Precisamente la perspectiva demográfica, y sobre todo el enfoque del curso vital con el que trabajo, es apropiado para eso: en lugar de estudiar a los individuos en un momento concreto de su vida, se reconstruye su biografía año a año. Así es más fácil analizar cómo a medida que ha cambiado la vida y circunstancias de ese individuo en su sociedad de origen, lo que en principio no era una opción, la migración a otro país, aparece como tal.  

Quizá ese cambio de perspectiva se vea también reforzado por la situación que atraviesa España. Precisamente ahora volvemos a ser un país de emigración y ya se habla de lo que puede suponer perder a personas cualificadas que se van fuera a buscar trabajo. 

El hecho de que tú o tu entorno sea partícipe de ese fenómeno migratorio sí puede ayudar a entender los condicionantes que empujan a migrar. Sin embargo, las barreras que existen entre los países con diferentes niveles de desarrollo hacen que pensemos que los determinantes que nos llevan a emigrar y las respuestas que se deben dar al fenómeno son también radicalmente distintos, lo cual no siempre es cierto. Desarrollamos una capacidad sorprendente para seguir sintiéndonos diferentes y distinguirnos respecto a lo que mueve a otra gente a desplazarse. Es obvio que el contexto de un país como España, aun con la crisis, no es igual al de países en un estadio inferior de desarrollo económico, pero cualitativamente los determinantes de la movilidad son generalmente muy similares, de tipo socioeconómico, salvo en el caso de conflictos bélicos. 

     

"Creo que antes de sacrificar a un ministro se sacrifica la estabilidad social de un país, y eso es particularmente triste"  

       

¿Consideras importante trasladar el conocimiento científico o, como tú dices, informado, a la sociedad? 

Lo considero importantísimo y pienso que es una obligación, sobre todo para los investigadores que vivimos del presupuesto público. Pero a la vez constato que la divulgación no tiene una valoración profesional, te quita tiempo y te genera problemas, aunque también te dé satisfacciones. En la investigación española en general, y en el CSIC en particular, no existe un apoyo a la divulgación, no tenemos formación para algo que es un trabajo en sí mismo. 

¿Crees que se necesitaría crear una infraestructura más estable? 

Se necesitaría si se quiere, pero a veces percibo que esto no es una prioridad. No sé hasta qué punto hay un deseo de debate informado, porque eso resta capacidad y libertad de acción a quien realmente decide si quiere mejorar esa transferencia del conocimiento. A veces la investigación molesta, al menos en ciencias sociales. 

En todo caso, sí defiendes que el investigador que recibe su salario del Estado está obligado a divulgar, a dedicar una parte de su tiempo a esta actividad.  

Creo que es una obligación ética, pero el problema es que no se ha convertido en una obligación profesional. No hay incentivos para que la gente lo haga; nuestra obligación es publicar en revistas con alto índice de impacto, y el tiempo que dedicamos a divulgar se lo quitamos a lo otro.

¿Qué opinas de la afirmación de que la sociedad española tiene menos cultura científica que otras sociedades de nuestro entorno?

Claro, no la tiene porque no se la damos. Es la pescadilla que se muerde la cola. ¿Quién tiene que dar la cultura científica? Los científicos; si ellos no divulgan, ni hay mecanismos para que esto se valore y se promueva, ¿cómo vamos a adquirir cultura científica? Es imposible. Sí creo que la divulgación científica bien hecha ayudaría, pero debe estar articulada, premiada y medianamente dirigida. Ahora mismo es todo voluntariado y eso tiene unos límites. Mi actividad divulgadora me supone muchísimo tiempo y me genera problemas por los temas sensibles que trato, pero a la vez veo que si no la hago yo dejo el hueco al que habla sin conocimiento. 

Existe una tendencia a orientar la ciencia a la tecnología y a las aplicaciones inmediatas. Por otro lado, las Humanidades están cada vez más arrinconadas. ¿Cómo afecta ese utilitarismo imperante a las ciencias sociales?

La situación de las ciencias sociales es diferente. Sobre todo cuando trabajas desde el punto de vista más empírico y/o cuantitativo escapas un poco de esa maldición, aunque no de la presunción de apriorismo ideológico que impregnaría toda tu investigación. Existe esa concepción de la ciencia demasiado orientada a la técnica, pero en esto no me siento muy afectada, incluso a veces el interés por parte de los medios en lo que hago me resulta ‘excesivo’. A veces ya no tengo nada nuevo que decir y me siguen preguntando, porque se cree que la investigación lleva el mismo ritmo que los medios y no es así. 

¿Qué beneficios tiene para la sociedad la mejora de su cultura científica? Por ejemplo, ¿qué supone que la ciudadanía comprenda el fenómeno migratorio? 

El beneficio no es inmediato pero es claro. Cuanto más informados estén a través de la investigación los decisores públicos, mejor. Conseguir eso para la sociedad en su conjunto es un proceso más lento, que consiste en construir sociedades más exigentes, mejor informadas y más capaces de exigir responsabilidades a sus políticos. Pero hay un paso intermedio más sencillo. Sin embargo, la penetración de la investigación en la administración pública y en los decisores es mínima. El otro día veía un telediario en el que se decía que lo sucedido en Ceuta pone de manifiesto el aumento de la presión migratoria. No es cierto. Efectivamente políticas más duras contra la inmigración irregular reducen el número de entradas efectivas, pero aumentan los intentos. Son vasos comunicantes: o modificas el deseo de emigrar de la gente en origen o lo único que consigues es una diversificación de las rutas, las exploración de rutas más peligrosas, y el aumento de muertes y de la presión migratoria, es decir, las mismas personas lo intentan más veces. ¿Por qué no se tiene en cuenta todo esto? Porque no interesa.

¿Resulta fácil o difícil compaginar la investigación con la vida familiar y personal? 

A mí me resulta relativamente fácil. Aunque siempre acabo trabajando en casa y eso está mal, yo tengo unas condiciones idóneas, solo tengo un hijo y mi pareja tiene también una situación laboral estable. Pero institucionalmente no hay grandes apoyos a la conciliación, por eso no sé si mi caso es representativo. Yo no me puedo quejar.

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