“Relacionar la crisis económica con el envejecimiento me parece una falacia”

 

Dolores Puga, del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC.

 

En solo un siglo, la esperanza de vida en España ha aumentado más de 40 años. Hoy los hombres viven de media casi 80 años, mientras que las mujeres se acercan a los 85. Esta tendencia, unida a las bajas tasas de fecundidad, sitúa a nuestro país entre los más envejecidos del mundo. La demógrafa del CSIC Dolores Puga insiste en que el envejecimiento demográfico es un fenómeno irreversible. Por eso, en lugar de luchar contra él, “tenemos que adaptarnos”, afirma. Este cambio poblacional implica importantes retos sociales: “Hay que adaptar el sistema de salud a una sociedad de personas mayores con problemas crónicos. Necesitamos más servicios de larga duración y atención a la dependencia”, señala. La solución, a su juicio, no son políticas natalistas; primero, porque aunque aumente la natalidad, no se va a revertir el envejecimiento; y segundo, porque “la población ya desea tener más hijos, simplemente no puede cumplir sus deseos reproductivos”. Puga, que investiga en el Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC, desmiente otro tópico: una sociedad envejecida no supone necesariamente un lastre para la economía.

El envejecimiento es ya uno de los rasgos que definen a todos los países industrializados. A nivel global, ¿cuál es en líneas generales el panorama demográfico?

El conjunto de la población mundial está envejeciendo, aunque estamos en etapas distintas de ese proceso. Los Estados europeos lo empezaron hace siglo y medio y están en una etapa más avanzada, pero los países en vías de desarrollo también van hacia ello. La población mundial avanza hacia estructuras más envejecidas y con más diversidad de grupos de edades.

En definitiva, estamos antes un escenario demográfico más complejo o al menos distinto.

Se trata de un cambio demográfico irreversible. Más complejo en cuanto a diversidad etaria y a los retos sociales que implica, porque buena parte de las estructuras sociales fueron diseñadas en una etapa de poblaciones jóvenes y crecientes, que en realidad es la excepción en la historia de cualquier población. Las poblaciones solo crecen durante un periodo transicional. Ocurrió en Europa durante el siglo XX y en ese momento definimos buena parte de nuestra economía generacional. Así que ahora surgen retos inevitables, porque no íbamos a estar eternamente en ese momento transicional. Es más, las poblaciones europeas hemos experimentado este cambio de forma paulatina; en Latinoamérica y Asia lo van a hacer más rápidamente. Y África está aún iniciando ese proceso.

¿Cuáles son las causas del envejecimiento y por qué se produce una transición demográfica?

Todas las poblaciones humanas sufren esa transición. En el periodo pretransicional tiene altas tasas de mortalidad a todas las edades, pero sobre todo una altísima mortalidad infantil –solo la mitad de los nacidos sobreviven más allá de los cinco años– y por tanto también una altísima tasa de natalidad. Las generaciones tienen que hacer un gran esfuerzo reproductivo para reemplazarse a sí mismas y asegurar la estabilidad de la población. No son poblaciones crecientes porque, aunque tienen muchos niños, pierden mucha población. En Europa, la revolución industrial del siglo XIX trajo un desarrollo social, higiénico, médico y farmacológico que redujo mucho la mortalidad infecciosa y la infantil, por lo que las siguientes generaciones se adaptaron a ese escenario reduciendo la fecundidad. Ya no eran necesarios tantos niños para reemplazar la población adulta. Entonces la población volvió a ser estable, pero con bajas tasas de mortalidad y fecundidad. La transición consiste en que nos hacemos mucho más eficientes desde el punto de vista reproductivo, gracias a que perdemos menos vidas en momentos tempranos del curso vital. Esto es un éxito, porque somos más iguales ante la muerte. Además, estamos alargando la duración de la vida. Desde 1850 aproximadamente, la esperanza de vida máxima ha aumentado a un ritmo estable de 2,5 años por década. Es decir, las generaciones cuya vida transitó por el último siglo y medio, han/hemos ganado dos años y medio de expectativa de vida por cada década que sobrevivimos; tres meses por cada año que sobrevivimos, o 6 horas por cada día que sobrevivimos.

¿Por qué la transición demográfica nos ha hecho más iguales ante la muerte?

Me refiero a que buena parte de la población moría antes de cumplir cinco años. No es que no existiera la vejez, pero muy pocos llegaban a esta etapa. Las primeras generaciones en las que más de la mitad de los nacidos llegaron a la vejez son las que alcanzaron esa etapa a finales del siglo XX, a finales de los 80 y principios de los 90. Ahora la mitad de las personas llega a los 80 años. Eso es una gran noticia, es una democratización de la vejez y de la longevidad.

Sin embargo, esa es la paradoja del fenómeno del envejecimiento poblacional: aunque es el resultado de varios éxitos, genera inquietud. Un escenario de sociedades envejecidas implica importantes retos sociales. En el caso de España, la tasa de fecundidad se sitúa en 1,3 hijos por mujer, algo que nos sitúa por debajo del reemplazo generacional.

Sí, el reemplazo se sitúa en torno a 2,1 hijos por mujer. Pero yo no sería alarmista. Sí, tenemos una de las fecundidades más bajas del planeta, junto a otros países del sur de Europa. Ahora bien, ¿una natalidad más alta ‘arreglaría’ el envejecimiento demográfico? No. Necesitaríamos una fecundidad pretransicional, y no vamos a volver a 5 hijos por mujer. Ninguna población postransicional le ha dado la vuelta a este fenómeno. Si no aumenta la mortalidad infantil, la fecundidad se mantiene baja. Hay cierto margen, pues otros países postransicionales tienen una fecundidad más alta que la nuestra, cercana a 2 hijos por mujer. En Suecia, donde llevan 60 años invirtiendo mucho en política social, y donde los hijos se consideran un bien del conjunto de la sociedad, están en 1,9 o 2 hijos por mujer. En Francia, donde apuestan por ayudas destinadas a la familia (por ejemplo, incentivos por hijo), se sitúan en torno a 1,9 hijos por mujer. Pero ese es el techo, y con esas cifras no se lograría un cambio estructural. No se va a ‘arreglar’ el envejecimiento demográfico, tenemos que adaptarnos él y gestionarlo. Es cierto que en casi todas las poblaciones europeas (excepto la austriaca, donde la fecundidad deseada ya es 1), la fecundidad deseada es de 2 hijos por mujer. Eso significa que no hay que convencer a la población con políticas de publicidad natalista, como se ha hecho en Galicia, porque ese deseo ya está, el problema es la imposibilidad de realizarlo. Si la gente no puede realizar sus aspiraciones reproductivas, algo no funciona. Es importante hablar de esto, pero no porque aumentar la fecundidad vaya a arreglar un cambio demográfico que ha venido para quedarse.

     

"Desde 1850 hemos ganado dos años y medio de expextativa de vida por cada década que sobrevivimos"

       

Insistes en la idea de que el envejecimiento poblacional es irreversible.

Insisto porque me parece una pena invertir tiempo, esfuerzo y recursos en luchar contra algo que no vamos a cambiar. Hay que aceptar este cambio. Igual que a nivel individual no nos hacemos más jóvenes, a nivel social, tampoco. Podemos ralentizar el envejecimiento, pero nada más. E insistir en mensajes pronatalistas, al final tiene un efecto perverso porque transmite la ‘culpa’ a la población. Una población que ya desea tener más hijos, simplemente tiene dificultades para cumplir sus deseos.

Recientemente el Gobierno ha creado un Comisionado para el Reto Demográfico. ¿Qué te parece esta iniciativa?

Si el Comisionado va a gestionar el envejecimiento, tratando de adaptar las estructuras del Estado a la nueva situación, bienvenido sea. Pero si se va a centrar en luchar contra el envejecimiento, como sucede con las políticas demográficas de algunas regiones, se va a dar de frente contra todas las evidencias científicas. Este fenómeno no se va a revertir.

En cualquier caso, el envejecimiento demográfico entraña retos para el Estado de bienestar. Por ejemplo, cómo sufragar las pensiones o cómo suministrar cuidados a una población mayor cada vez más numerosa. ¿Qué tipo de medidas habría que adoptar?

Este es un fenómeno global, pero no ocurre en todas partes al mismo ritmo. Hay regiones europeas que están envejeciendo aceleradamente, y esto es un reto prioritario porque tienen menos tiempo para adaptarse. Estoy pensando en el este de Alemania, el norte Italia y el noroeste de la Península Ibérica, concretamente Galicia, Asturias, Castilla y León y el interior de Portugal. En España el cambio demográfico empezó a tener repercusión mediática en 2015, cuando registramos un crecimiento vegetativo negativo. Galicia sufrió este cambio en 1986. La pirámide poblacional de Lugo de hace 30 años ya estaba más envejecida que la de la España actual. Así que habría que centrarse en esas regiones. Por otro lado, a nivel global tenemos varios retos, como adaptar los servicios sociales y de salud. El gasto en salud más intenso se produce en los últimos cuatro años de vida y eso no se está alargando, simplemente se está retrasando por el aumento de la esperanza de vida en salud. El principal reto es la cronicidad. No vivimos más años con discapacidad o deterioro graves, pero sí con enfermedad crónica, que aunque no se traduce en limitaciones importantes para la vida diaria, sí implica más consumo farmacológico. Hay que hacer una transición con nuestro sistema sanitario, que se pensó para abordar problemas de salud agudos de una población joven que ya no vamos a tener. En el centro de salud de cualquier barrio, hay pediatras pero no geriatras. Hay que adaptar el sistema, no solo por los resultados en consumo farmacéutico, sino también por los costes en la salud de los mayores, que tienen que peregrinar de especialista en especialista...

     

"No se va a 'arreglar' el envejecimiento demográfico, tenemos que adaptarnos a él y gestionarlo" 

       

Digamos que nuestro sistema de salud no está optimizado.

Exacto, hay que adaptarlo a esta sociedad de personas mayores con problemas crónicos. Necesitamos más servicios de larga duración y también de atención a la dependencia, ahí queda mucho por hacer. Hasta ahora el sistema ha reposado mucho en la figura de la cuidadora informal, a menudo la hija de entre 45 y 65 años. Esa es una figura en desaparición en las próximas generaciones. ¿Nos vamos a quedar sin cuidados informales? No, pero van a cambiar. En lugar de ser la hija, va a ser el o la cónyuge; vamos a tener más parejas de mayores porque la longevidad es mayor para ambos, y mientras existe una pareja, el principal cuidador es el cónyuge. Así que tenemos que adaptar los servicios para un cuidador que a su vez es una persona frágil. Esto significa que necesitamos más adaptaciones de la vivienda, más ayudas técnicas, etc. Otro reto es llegar a áreas de baja densidad poblacional. Tenemos unos servicios de cuidados muy pensados para áreas metropolitanas, donde son más eficientes. Pero hay poblaciones rurales de baja densidad que están muy envejecidas y no hemos ideado unos servicios distintos, sino que trasladamos los ya existentes. Eso resulta carísimo y no llega a muchos lugares. Hay que mejorar la conectividad de esas áreas, no solo en cuanto a carreteras, también en banda ancha, y pensar en servicios más tecnológicos.

Independientemente de que la figura de la cuidadora informal cambie, para las familias, tener cada vez más familiares que viven más siendo ancianos, va a ser también un reto.

Sí, pero el inicio de la vejez, entendido como inicio de esa fragilidad, también se está retrasando mucho. Antes el periodo de intenso cuidado de los padres se ejercía entre los 45 y los 60 años; ahora se produce en la sesentena. Son personas al inicio de su ‘vejez’ las que empiezan a tener que cuidar a padres y madres ancianos que ya están cerca de la noventena. Como consecuencia, se reduce la presión de cuidados intergeneracionales. Antes había un periodo en el que se solapaba el cuidado hacia abajo (crianza de hijos) y el cuidado hacia arriba (cuidado de los padres). Es verdad que los cuidados de crianza también se han postergado debido a una fecundidad más tardía, pero a la vez se ha reducido el número de hijos y sobre todo ha aumentado tanto la longevidad de los padres que ese solapamiento está tendiendo a desaparecer. El aumento de la longevidad tiene muchos efectos.

Por ejemplo, desde el punto de vista económico, algunos análisis inciden en que un mercado laboral envejecido resta capacidad de innovación y de competir a una economía.

No estoy tan segura. El mercado laboral no es fijo, hoy se crean puestos de trabajo que hace 20 años ni hubiéramos imaginado. Muchos psicólogos sostienen que con el envejecimiento no necesariamente se pierde capacidad de innovar o creatividad o talento. No creo que una sociedad más diversa desde el punto de vista etario sea algo nocivo para el mercado de trabajo o para la propia sociedad. La experiencia que aportan las personas mayores en algunos puestos de trabajo en ningún modo es negativa. Es verdad que cuando analizamos tasas de emprendimiento, que ahora está muy de moda, se concentran en la juventud. ¿Eso significa que los mayores no son capaces de innovar? No, no tienen necesidad de serlo. La estabilidad laboral que se busca al formar una familia suele ser un momento de muchas transiciones. Generalmente, cuando alguien tiene su vida estabilizada, no tiene ese empuje, esa necesidad de emprender. Pero no es una cuestión de capacidad sino de necesidad.

     

"Hay que adaptar nuestro sistema sanitario a esta sociedad de personas mayores con problemas crónicos"

       

Sin embargo, en los últimos años se ha hablado mucho de la crisis económica y el envejecimiento como si actuasen como vasos comunicantes. ¿Qué opinas de este enfoque?

Relacionar la crisis económica con el envejecimiento me parece una falacia. ¿Es Suecia un ejemplo de economía que no funciona? Durante la segunda mitad del siglo XX fue el país más envejecido del mundo y nunca se planteó esto. Son relaciones muy simplistas. ¿Es Mozambique, una de las sociedades más jóvenes del planeta, una economía ejemplar?

De hecho, a menudo se defiende el envejecimiento activo, orientado a la prolongación de la vida activa y el retraso de la jubilación, como una de las recetas para contrarrestar los efectos de unas sociedades envejecidas en las economías.

Hay dos grandes paradigmas en torno al envejecimiento activo: el norteamericano, muy enfocado en la prolongación de la vida laboral, y el europeo, más centrado en políticas de integración y participación social de los mayores. Por ejemplo, las políticas de envejecimiento activo diseñadas en España en los 90 han sido y siguen siendo un ejemplo a nivel mundial. Fueron extraordinariamente exitosas con las generaciones nacidas en los años 30, en particular con las clases medias de esas generaciones. Ese grupo poblacional ha visto emerger una gran cantidad de vida en salud –la setentena–, más de la que ninguna generación previa había tenido, y eso ha estado muy ligado a las políticas de envejecimiento activo. Es verdad que no llegaron a quienes más lo necesitaban, las clases bajas y poblaciones rurales, pero sí a los que ya eran un poco activos, a esas clases medias nacidas en los años 30. Tenemos un reto por delante, porque los próximos mayores, nacidos a partir del 45, son una generación completamente distinta, con mayores niveles de educación y unas trayectorias de vida muy distintas. Son probablemente la generación más sofisticada de nuestra historia, la que ha cambiado este país, y no quieren oír hablar de centros de mayores. Hay que inventarse otra cosa; seguir tirando de las políticas del pasado, ya no sirve.

     

"¿Los mayores no son capaces de innovar? No, no tienen necesidad de serlo"

       

Este es pues otro reto: cómo lograr el envejecimiento activo con las próximas generaciones de mayores.

Sí, cómo promover la inclusión y participación social de esa generación que ha tenido tan buenos réditos. Sobre la prolongación de la vida laboral, el paradigma de EEUU, cada vez se habla más. Yo sí creo que con trayectorias laborales en las que el inicio se está postergando mucho, necesariamente el fin también se va a postergar. Además, vamos hacia trayectorias laborales más diversas. Por eso no sé si es necesaria una edad de jubilación para el conjunto de la población. Hay que investigar más porque esa prolongación de la vida laboral puede tener importantes costes de salud. Por ejemplo, la etapa de cuidados hacia arriba más o menos intensos se está situando en la sesentena, sobre todo entre mujeres que ya han finalizado su vida laboral. ¿Qué efectos tendría para su salud seguir trabajando y paralelamente cuidar de sus padres? También hay que analizar los efectos sobre el cuidado hacia abajo. Sabemos que la jubilación temprana favorece el abuelazgo, y una relación frecuente con los nietos tiene consecuencias beneficiosas para la salud de los mayores. La prolongación de la vida laboral podría reducir esa relación y por tanto tener efectos negativos en algunos casos. En todo caso, vamos hacia una mayor diversidad y por tanto un sistema que favorezca la decisión individual pero informada sería una buena idea. Con la fórmula que se ha impuesto vamos hacia un empobrecimiento progresivo de las pensiones. Eso afecta a la vejez de muchas personas y también a muchas familias, porque los mayores son proveedores netos de transferencias privadas dentro de la familia hasta los 80 años, y en el caso de España, hasta que se mueren. Los mayores proveen en la familia más de lo que reciben hasta su último día. Cuando se dice: “Estamos favoreciendo a los mayores, pero ¿qué pasa con los niños y la pobreza infantil?”. Yo no lo plantearía como una especie de competencia entre generaciones. Las generaciones no compiten entre sí sino que colaboran. No hay niños pobres si no hay padres y abuelos pobres.

Tanto se habla del envejecimiento que también en el plano de la ciencia ficción se plantean hipótesis sobre los límites de la vida humana o escenarios apocalípticos de sociedades en las que las mujeres dejan de tener hijos.

El debate sobre el límite de la vida humana es tan viejo como la humanidad. En los años 70 se extendió la hipótesis de que el límite estaba en los 82 años. En 2002 la esperanza de vida femenina de la población japonesa superó esa edad, así que se desechó esa idea. Después ya se habló de los 90 años. Recientemente, en Nature se ha publicado que el límite está en los 126 años y varios científicos relevantes apuntan a los 140, aunque más basados en intuiciones que en evidencias. La longevidad extrema es algo tan residual que marcar un patrón es un ejercicio de imaginación. Con los datos existentes no podemos vislumbrar dónde está el límite. La única evidencia real que tenemos es que está entre Zeus, que es eterno, y el salmón, que se muere nada más reproducirse. La universidad de google, Singularity University, está trabajando en la hipótesis de la inmortalidad y el transhumanismo; Aubrey de Grey sostiene que el individuo que va a cumplir 1.000 años ya ha nacido; y José Luis Cordeiro dice que seremos inmortales en 2045. En cualquier caso, los especialistas en biomedicina afirman que no hay ninguna evidencia de que este fenómeno [el envejecimiento y la muerte] sea reversible en ningún ser vivo de ninguna especie.

Desde tu experiencia como investigadora, ¿qué importancia crees que tiene trasladar el conocimiento científico a la sociedad?

Me parece fundamental. Respecto al tema del que hemos hablado, creo que es importante evitar el alarmismo. El ciudadano de a pie puede percibir que nos hallamos ante una especie de fin del mundo, cuando no hay bases científicas para ello. Ninguna población europea se ha reproducido a sí misma, siempre han basculado sobre la migración, así que no nos está ocurriendo nada especialmente nuevo. Ya nos hemos enfrentamos a otros retos: la generación del baby boomque ahora va a llegar la vejez presionó en su día al sistema educativo; ahora están en la edad adulta y la universidad y la escuela han aguantado, simplemente han tenido que adaptarse. Hay que transmitir a la población información basada en el conocimiento para no caer en alarmismos que nos hacen más vulnerables como sociedad, y también más manipulables.

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