’El problema del Estado de bienestar es el paro, no el envejecimiento’

Después de vivir once años en Estados Unidos, seis de ellos trabajando en la ONU, Teresa Castro regresó a España para continuar con su carrera investigadora en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales (CCHS) del CSIC. Allí se dedica a estudiar la demografía de la familia, un área en la que las bajas tasas de natalidad y el envejecimiento de los países desarrollados centran buena parte de las investigaciones. España, con una tasa de 1,3 niños por mujer, se sitúa entre los países más afectados por esta tendencia. Mientras, en los países del norte de Europa la media asciende a casi 2 hijos por mujer. ¿A qué responden estas diferencias? Además de "la incertidumbre económica, la inestabilidad laboral y el paro", que constituirían nuestro principal problema, según Castro más políticas sociales, medidas como la educación universal para niños de cero a tres años y un cambio de mentalidad en la sociedad –sobre todo entre los hombres– serían las claves para revertir la situación actual. Ella y otros investigadores han analizado estas cuestiones en El déficit de natalidad en Europa. La singularidad del caso español, un libro que aúna rigor científico y afán divulgativo para explicar fenómenos determinantes para las sociedades desarrolladas.

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Teresa Castro trabaja como investigadora en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC.

 

¿En qué consiste tu trabajo en el Instituto de Economía, Geografía y Demografía?

Me centro en estudiar la demografía de la familia. Investigamos los cambios familiares, la baja natalidad, cómo ha cambiado el emparejamiento, qué importancia tiene el envejecimiento de la población... Y siempre a un nivel comparativo, en un contexto europeo o global. Para ello analizamos múltiples datos: el censo, todo tipo de encuestas, los registros de matrimonios y nacimientos... Luego vemos cuáles son los patrones y las tendencias y formulamos recomendaciones genéricas para políticas sociales, aunque generalmente los responsables políticos no las tienen en cuenta.

Estás inmersa en la investigación europea Familias&Sociedades, donde constatáis una vez más las bajísimas tasas de fecundidad de nuestro país (en torno a 1,3 hijos por mujer, muy por debajo de la tasa de reemplazo generacional, situada en 2,1). ¿Cuáles serían las causas de este fenómeno y sus consecuencias?

Es una tendencia universal. La baja fecundidad viene con el proceso de modernización, la incorporación de la mujer al trabajo remunerado, la educación... Hay muchos factores. Pero hoy en día los países nórdicos o Francia presentan una fecundidad relativamente alta –cercana a 2 hijos por mujer– para países desarrollados. En cambio, el sur y este de Europa se sitúan en niveles muy bajos, alrededor de 1,3 hijos por mujer. En nuestro país el principal problema es la incertidumbre económica, la inestabilidad laboral y el paro. El segundo sería la insuficiencia de políticas no ya familiares, sino sociales en general: educativas, de conciliación, laborales, de igualdad... En los países del norte hay políticas de igualdad que facilitan la conciliación y que la gente tenga los hijos que quiere y cuando quiere.

¿Qué dirías respecto a las consecuencias que tiene esta baja fecundidad para la sociedad y la economía?

Nuestro libro sobre el déficit de natalidad en Europa no solo se refiere a las consecuencias sociales y económicas, que por supuesto las tiene a largo plazo, sino también al déficit de bienestar. Si preguntas a la gente cuántos hijos quiere tener, la mayoría responde dos, es decir, las aspiraciones reproductivas no han cambiado en 30 años. Si al final no tiene ninguno o tiene uno, está por debajo de sus expectativas, o sea que es más una cuestión de barreras que de deseos. Por otro lado, la baja natalidad implica un envejecimiento demográfico más rápido, y aquí es donde surge el debate sobre el sostenimiento de las pensiones, un debate que se ha manipulado. No hubo ningún demógrafo en el comité de sabios para la reforma de las pensiones, ¿por qué no nos dan voz? Quizá porque somos más cautos y menos alarmistas. El envejecimiento es un proceso muy gradual y muy predecible, por lo que no debería resultar tan difícil adaptarse. En la situación actual de España, con un nivel de paro como el que tenemos, el gran problema del sostenimiento del Estado de bienestar es el paro, no el envejecimiento.

¿Crees que se pone el foco en el envejecimiento en detrimento de lo que consideráis que es el principal problema?

Sí. En España la edad de entrada al primer trabajo es muy tardía con respecto al resto de Europa. Tenemos además un alto porcentaje de jóvenes –y no tan jóvenes– con trabajo precario, en el que apenas se cotiza, y todavía queda un nicho de mujeres que no se incorpora al mercado laboral formal. La sostenibilidad realmente depende de la población ocupada; de la población potencialmente activa también, pero más a largo plazo. Se pone el foco en la proporción de población en edad de trabajar –que es cierto que irá disminuyendo–, pero a corto y medio plazo hay algo más importante y sobre lo que las políticas sí pueden influir, la proporción de población que está ocupada y que cotiza. El envejecimiento de la población es un proceso inevitable e irreversible en las sociedades demográficamente avanzadas.

Algunos economistas y demógrafos incluso subrayan el aspecto positivo del envejecimiento, pues refleja una serie de logros que nos permiten vivir más y mejor.

Es un logro, sí, pero si hay mucho paro y faltan políticas sociales... Es muy fácil alargar la edad de jubilación –basta con sacar un decreto– pero es más difícil crear puestos de trabajo. Sería mucho más efectivo adelantar la edad de entrada al mercado de trabajo que retrasar la salida. Y hay otras cuestiones que apenas se han tocado. En demografía también medimos las desigualdades sociales en esperanza de vida y salud, que son enormes entre los estratos bajos y los más altos. Si quieres favorecer la equidad, la edad de jubilación no puede ser igual para todo el mundo, porque no todos van a vivir lo mismo...

Ni en las mismas condiciones.

Exacto. Y de eso ni se ha hablado. También me extraña que nunca se hable del envejecimiento de las organizaciones, algo que sí puede modificarse. El envejecimiento de la población es ineludible, pero el de una organización se puede evitar.

¿Te refieres a fomentar activamente el reemplazo de sus integrantes?

Sí. Por ejemplo, en el CSIC la edad media es de 53 años. Tiene una tasa de reposición que no llega al 10%, lo que equivaldría a una población en la que nacen el 10% de los que mueren, es decir, la velocidad de envejecimiento es brutal. Cambiar eso está en nuestra mano. Ahora hay una generación muy formada que no tiene entrada, así que se irá y se perderá, porque si te vas fuera con 30 o 35 años, echas raíces y tus hijos nacen en otro país, no vuelves. Me preocupa el envejecimiento de las organizaciones porque daña su sostenibilidad y viabilidad, y porque el espíritu que se implanta si todo el mundo es mayor es más conservador. Eso en ciencia, donde todo evoluciona tan deprisa, es un gran hándicap.

      "Las desigualdades sociales en esperanza de vida y salud son enormes entre los estratos sociales bajos y los más altos. Si quieres favorecer la igualdad, la edad de jubilación no puede ser igual para todo el mundo"
       

A menudo se habla de la incidencia que ha tenido el acceso de la mujer al mercado laboral en la baja natalidad. Pero algunos demógrafos señaláis que hay países europeos como los nórdicos donde se da un elevado porcentaje de mujeres trabajadoras y no ocurre eso.

Exacto. Desde los años 80 hasta hoy, el acceso de la mujer al mercado de trabajo y a la educación (que proporciona a las mujeres más control sobre su vida reproductiva) sí ha influido en esa bajada de la fecundidad. Se ha ido hacia una familia más igualitaria, en la que la mujer se estabiliza laboralmente y después tiene hijos. Pero llega un momento de desarrollo en el que no solo las mujeres tienen estudios, sino que además superan a los hombres (actualmente en España el porcentaje de universitarias es 10 puntos superior al de universitarios). La tesis de nuestro libro, que está coordinado por Esping-Andersen, es que se ha pasado de una familia en la que el padre trabajaba y la madre cuidaba, lo cual favorecía la natalidad, a un momento de transición en el que la mujer tiene un perfil laboral cada vez más similar al del hombre; pero éste no cambia porque no asume la misma responsabilidad en los cuidados. Y las políticas sociales tampoco cambian, así que la sociedad no se adapta a este nuevo escenario y la fecundidad baja. Si se supera esta etapa de transición y predominan las familias igualitarias y las políticas sociales que favorecen la conciliación, la fecundidad vuelve a subir.

¿Y ahí sí que hay una diferencia entre España y los países nórdicos?

Claro. Aquí estamos aún en esa transición en la que ni la sociedad, ni las políticas sociales ni muchos hombres se han adaptado, aunque ha habido algunos movimientos. En el norte de Europa ese ajuste se ha hecho tanto por parte de las políticas sociales, que siempre promueven igualdad, como por los hombres, que asumen bastantes responsabilidades, e incluso el entorno laboral y social. Por ejemplo, aquí al Estado le falta ser corresponsable de la etapa educativa de 0 a 3 años. Esto está muy asumido en el norte y favorece a todos: a los padres porque pueden trabajar, a la economía porque están cotizando y pagando impuestos, a los niños porque aprenden habilidades fundamentales (sabemos que esta etapa temprana es determinante), a la igualdad social y al empleo de los educadores infantiles. Y no requiere una inversión tan enorme.

      "La cultura científica genera bienestar, no solo progreso económico"
       

Antes te quejabas de que los decisores políticos no se interesan por vuestras recomendaciones. ¿Crees que esa circunstancia es extrapolable a otros países?

En otros países los políticos consultan, encargan informes y escuchan a los expertos. Aquí a veces los gobiernos sí acuden a algunos expertos pero normalmente para que ratifiquen sus ideas. Si tuvieran una visión más científica, reunirían a grupos de expertos más plurales y de ahí saldrían acuerdos. En ciencias sociales estamos acostumbrados a eso, a encontrar consensos, porque no hay ni blanco ni negro, sino una amplia gama de matices.

¿Crees que esto tiene que ver con nuestra escasa tradición científica y la poca cultura en ciencia de nuestra sociedad en comparación con otras europeas?

Sí, creo que nuestra cultura científica es escasa, pero intervienen varios factores. El primero es la educación, ¿qué educación científica se da en los colegios? Muy poca.

¿En qué sentido, en el de enseñar el método científico?

Sí, eso lo echo en falta más que la transmisión de contenidos. Es imprescindible que el método científico se enseñe a edades tempranas, porque implica una capacidad crítica ante todo. Cuando recibes datos, primero los pones en contexto y después te haces preguntas. Si los datos no confirman lo que piensas, tienes que reconocer que estás equivocada. Otra característica del mundo de la investigación es que no competimos, colaboramos, y eso es una cultura que hay que imitar en otros ámbitos.

En su vida cotidiana, ¿cómo puede beneficiar al ciudadano de a pie tener una mayor cultura científica?

Es la única forma de avanzar no solo económicamente, sino también socialmente. La cultura científica genera bienestar, no solo progreso económico. Yo pondría énfasis en el espíritu crítico. Hoy nos llega mucha información a través de los medios de comunicación y muy sesgada. Necesitas tener criterios y filtros, saber dónde están las fuentes de las que te puedes fiar y cuáles debes descartar. Y para eso necesitas una cultura científica. Para formarte una opinión, tienes que saber interpretar los datos. Solo así podremos ser más exigentes con quienes están tomando decisiones.

¿Qué papel deben tener los medios de comunicación en la divulgación de la ciencia?

Son muy importantes. Por ejemplo, a mí me encanta cómo divulga Materia, pero no sé qué impacto tiene, a cuánta gente llega. Creo que es difícil divulgar la ciencia y no todo el mundo sabe.

¿Y cuál es la responsabilidad de los científicos en este ámbito? ¿Todos debéis dedicar una parte de vuestro tiempo a la divulgación?

Sería bueno que todo el mundo dedicase una parte del tiempo, pero con que fuese un porcentaje amplio de la comunidad científica sería suficiente. Yo lo considero una dimensión importante de mi trabajo, pero te tiene que gustar. La divulgación debería estar en manos de profesionales de la comunicación o científicos preparados para ello.

¿Eres partidaria de la colaboración entre profesionales de la comunicación e investigadores a la hora de divulgar?

Siempre. Yo sé hacer un buen artículo académico, pero quizá no sepa hacer un tema atractivo o poner un buen titular. Necesitas ciertas habilidades. Hay que trabajar de la mano de los profesionales de la información porque los resultados van a ser mejores.

¿Resulta complicado compaginar la carrera científica con la vida familiar?

Depende de las circunstancias personales. Yo soy familia monoparental, tengo una hija adolescente y he de decir que no es fácil. Esta es una profesión muy absorbente. Somos nuestros propios jefes, pero al final te llevas el trabajo a casa. El lado positivo es que es un lujo trabajar en lo que te gusta y tener flexibilidad en los horarios.

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