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La gestión en el CSIC durante el estado de alarma

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La capacidad de los individuos para adaptarse a nuevas circunstancias y continuar con su día a día es la mejor arma para la supervivencia.

Esta afirmación, generalmente aceptada, plantea serias dificultades cuando la adaptación no la tiene que hacer el individuo en sí mismo, sino una organización ciertamente compleja y cuando, además, tiene que hacerse de manera inmediata. Este es uno de los principales problemas con los que miles de organizaciones en todo el mundo han tenido que lidiar en la situación actual provocada por la pandemia global por COVID-19.

Entre estas organizaciones, el CSIC —con sus casi 11.000 trabajadores (entre personal investigador, técnico y de apoyo; fijo y temporal) y con funciones de lo más heterogéneas (que van desde los trabajos para desarrollar una posible vacuna contra el virus, la gestión de museos, jardines, bibliotecas, librerías o residencias de investigadores, o la justificación de proyectos de investigación)— también ha tenido la necesidad de adaptarse, de cambiar ante las circunstancias, y lo ha hecho con decisión, sabiendo que era  crucial.

A mayor complejidad, no podemos olvidar que el CSIC es Administración Pública (no importa la forma o el régimen jurídico que le demos) y que, como tal y sometidos a sus normas y procedimientos, persigue el interés general que toma forma, en este caso, en la ciencia. La ciencia como fin, pero también la ciencia como un medio. Un medio que permite aportar soluciones a problemas presentes y futuros, impulsar el desarrollo de un país y servir como ejemplo de evolución y progreso en todos los ámbitos de la sociedad. Quizá por eso, el CSIC ha sabido incluso ir un paso por delante en la gestión de esta crisis.

Uno de los elementos más importantes de esta adaptación ha sido la implantación urgente del teletrabajo, o trabajo no presencial, entre su personal. Las instrucciones dictadas por la Presidenta del CSIC el 12 y el 16 de marzo situaban esta modalidad de trabajo como opción preferente, incluso para el desarrollo de determinadas actividades esenciales. Esta implantación ha supuesto un esfuerzo colectivo sin precedentes en el que se ha aunado la gestión eficiente de los recursos existentes con un importante paso adelante por parte de los trabajadores que, en muchos casos, utilizando sus propios ordenadores personales o sus conexiones domésticas a Internet, han conseguido mantener el motor de una de las principales instituciones científicas en marcha, sembrando esperanza durante unos meses llenos de confusión e incertidumbre.

El análisis y la priorización de funciones combinado con el sentido de la responsabilidad ha sido también fundamental porque, en la práctica, hay determinadas tareas que no se pueden realizar desde casa, pero tampoco resultaba posible ejecutarlas con normalidad. Las tareas de mantenimiento de un animalario, la recolección y preservación de cultivos en fincas experimentales e invernaderos o, en un ámbito muy diferente pero de vital importancia para todos, la gestión de las nóminas y seguros sociales del personal, los servicios informáticos, la gestión económica o las tareas de prevención de riesgos y vigilancia de la salud han demandado que muchos trabajadores se desplazaran hasta sus puestos de trabajo y cumplieran con sus obligaciones en una situación de riesgo sin precedentes para ellos y sus familias.

Esta irrupción urgente y forzosa en el teletrabajo, que hasta ahora solo nos había aportado experiencias en forma de proyectos piloto, puede suponer un punto de inflexión en la forma en la que hemos organizado el trabajo hasta ahora. Quizá sea el momento de poner en marcha sistemas que combinen el trabajo presencial con el teletrabajo. Para ello será necesario que nos dotemos de un marco normativo que determine cómo ha de organizarse esta fórmula. Este marco ha de establecer unas condiciones que brinden seguridad tanto a sus usuarios como a la organización, pero a la vez debe ser lo suficientemente flexible como para conseguir que la esencia del teletrabajo perdure porque sea útil, porque contribuya eficazmente al cumplimiento de la misión.

Nuestro esfuerzo colectivo y capacidad de adaptación, como individuos y como organización, nos hacen  sentir orgullosos de formar parte del CSIC. Porque en los momentos más difíciles hemos encontrado la voluntad, la convicción y la fuerza para continuar adelante prestando un servicio a la sociedad. Un servicio público como muchos otros, pero distinto en su esencia porque –comprometidos con la Ciencia– sus frutos revierten directamente en la colectividad y nos permiten avanzar como país y como sociedad.

Secretaría General Adjunta de Recursos Humanos

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