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La Historia y los historiadores en el CSIC (1910-2020)

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Los orígenes: alrededor de 1910, cuando Filología e Historia iban de la mano.

La tradición por los estudios históricos en el CSIC es larga y rigurosa, como lo es la investigación que se hace en el resto de la institución. Efectivamente, en 1910 se creó el Centro de Estudios Históricos como integrante de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, que nacía al calor de las exigencias de la intelectualidad española, durante el reinado de Alfonso XIII (en 1907). Los inspiradores de esta institución provenían de la Institución Libre de Enseñanza.

En los órganos de gobierno o de asesoramiento de la JAE, se entremezclaron desde siempre los grandes científicos de la salud o de la naturaleza, de la física o de la matemática, con los científicos de las humanidades. Y así, la presidencia de Ramón y Cajal, fue sustentada por el secretariado de José de Castillejo y junto a ellos trabajaron aquellos grandes prohombres de la ciencia y la cultura españolas,  o de las ciencias físicas como puede cotejarse en el decreto de instauración en la Gaceta de Madrid (antiguo BOE) de 15 de enero de 1907 y, más adelante, a lo largo de su historia hasta la disolución en 1939.

Por su parte, simultáneamente a la creación del Centro de Estudios Históricos (como digo, en 1910), se abrieron la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma (aún en funcionamiento), el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales (de exitosa trayectoria y fulgurante reconocimiento internacional, con pervivencia actual) y la Asociación de Laboratorios (de la que falta una historia). Al mismo tiempo, se creó la famosa Residencia de Estudiantes, cuyas actividades siguen a día de hoy vivas. En conclusión: a la altura de 1910 las semillas sembradas por Giner de los Ríos y el krausismo a través de la Institución Libre de Enseñanza habían dado sus frutos.

Todas las ciencias unidas sin distinciones, para el engrandecimiento intelectual del país.

El Centro de Estudios Históricos reunió en su seno a filólogos e historiadores, toda vez que epistemológicamente fue Menéndez Pidal el que aunó ambas disciplinas para poder explicar los avatares de la lengua y la historia de España (o viceversa), métodos y convicciones que durante años se mantuvieron por cuanto la gran escuela de dialectología consolidada por Alvar (y ya perdida) buscaba y rebuscaba palabras y textos medievales por toda la Península, o en ambas orillas del Atlántico y en todo tiempo posterior a 1492, con el fin de explicar grandes movimientos de población, o influencias léxicas, en función de los rastros lingüísticos.

En cualquier caso, el 19 de marzo de 1910 se creó el mencionado Centro de Estudios Históricos (https://www.boe.es/datos/pdfs/BOE//1910/078/A00582-00583.pdf). La “Exposición” de motivos firmada por el Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, que era el Conde de Romanones, es una declaración de intenciones y anhelos, así como del estado de interés por conocer el pasado nacional.

Por su parte, el Real Decreto firmado por el Rey, definía cuáles eran los objetivos, los fines, que debía alcanzar ese CEH que se estaba creando, todo ello bajo el fuero de la JAE, encargada de supervisar, promocionar, poner en marcha y financiar los proyectos según la “propuesta de fondos” aprobada por el Ministerio:

  1. “Investigar las fuentes preparando la publicación de ediciones críticas de documentos inéditos o defectuosamente publicados”, procedentes del mundo filológico, de historia del arte, de historia del derecho, de filosofía, de arqueología o de historia.
  2. La organización de “misiones científicas, excavaciones y exploraciones para el estudio de monumentos, documentos, dialectos, folklore, instituciones sociales y, en general, cuanto pueda ser fuente de conocimiento histórico”.

  3. “Iniciar en los métodos de investigación a un corto número de alumnos, haciendo que estos tomen parte, cuando sea posible, en las tareas antes enumeradas”.

  4. Se ordenaba que el CEH se comunicara “con los pensionados [becados] que en el extranjero o dentro de España hagan estudios históricos para prestarles ayuda y recoger al mismo tiempo sus iniciativas y preparar a los que se encuentren […] para que sigan trabajando a su regreso”.

  5. Se instaba a “formar una Biblioteca para los estudios-históricos y establecer relaciones y cambio con análogos Centros científicos extranjeros”. 

Así es que, puesto en marcha el Centro de Estudios Históricos como parte integrante de la JAE, la presencia de Menéndez Pidal lo invadió todo. Aún hoy conservamos en el CCHS el mobiliario de su despacho y, por supuesto, su legado cultural.

Se crearon entonces varias “Secciones”, de diferente vida y existencia. A grandes rasgos: Menéndez Pidal se encargó de la sección de “Orígenes de la lengua española” (desde 1916, “Sección de Filología”), que fue la primera y gran escuela filológica de España. A su calor, Rafael Lapesa, Américo Castro, Tomás Navarro Tomás y tantos más fomentaron el estudio de la historia del español, de la historia literaria, de la fonética, del folklore…, y crearon la Revista de Filología Española, aún hoy en marcha y, como todas las del CSIC, del más alto prestigio.

Por su parte, Eduardo de Hinojosa coordinó la sección de “Instituciones sociales y políticas de León y Castilla” (desde 1914, “Instituciones sociales y políticas de la Edad Media”), de menor empuje que los estudios filológicos, aunque los trabajos de edición de fueros medievales en la actualidad siguen siendo unos clásicos.

La tercera sección fue la de “Metodología de la Historia” , dirigida por Rafael Altamira, que vino a extinguirse en 1918, si bien es cierto que hasta hace poco, y gracias al profesor Pérez Prendes (recientemente fallecido) y a la heredera de Altamira, se han seguido celebrando seminarios en la UCM al uso de los que él tuvo hace un siglo.

Potencia personal singular tuvo la sección de “Fuentes para la historia de la filosofía árabe española”, dirigida por Miguel Asín Palacios, que dedicó una década, por lo menos, a la preparación y edición de textos árabes españoles.

Igualmente, con Julián Ribera al frente, hubo una sección entre 1910 y 1916 dedicada a “Instituciones sociales de la España musulmana”.

Felipe Clemente de Diego fue el director entre 1911 y 1919 de la sección dedicada a la modernización de los códigos del Derecho español, por medio del estudio comparado de otros códigos europeos en la sección “Los problemas del Derecho Civil en los principales países del siglo XIX”.

La sección de “Arte escultórico y pictórico de España en la Edad Media y el Renacimiento”, fue dirigida por el simpar Elías Tormo, junto al que trabajó Orueta. La colección de placas de vidrio de arte español no tuvo parangón. Pero, en cualquier caso, la escuela de historiadores del Arte nacida entonces, arduos defensores del patrimonio cultural-artístico español es de gran prestigio y les debemos mucho de la preservación de nuestro legado artístico.

De corta vida (1913-1916) fue la sección de “Estudios sobre la filosofía contemporánea”, que dirigió Ortega y Gasset.

Escasa producción tuvo la sección de “Estudios semíticos”, que dirigida por Abraham Shalom Yahuda, se abrió en 1914 y se clausuró en 1917.

En cualquier caso, más florecientes unas investigaciones que otras, lo cierto es que el Centro de Estudios Históricos, con sus grandes realizaciones, con su penosísima puesta en marcha aun a pesar del apoyo del Estado, con sus revistas y con todo su ser, se vino abajo con el gran cataclismo que fue la Guerra Civil.

La reformulación: desde el 24 de noviembre de 1939.

El 24 de noviembre de 1939 se creó el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (BOE de 28 de noviembre). El decreto fundacional no tiene desperdicio. Leído hoy sorprende o abochorna; leído entonces, debió ensalzar los ánimos de algunos y hundir en la depresión a otros: La España actual  -leemos- “siente la voluntad de renovar su gloriosa tradición científica” y lo ha de lograr con “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias, destruida en el siglo XVIII. Para ello hay que subsanar el divorcio y discordia entre las ciencias especulativas y experimentales y promover en el árbol total de la ciencia su armonioso incremento y su evolución homogénea”, para seguir afirmando que “hay que imponer, en suma, al orden de la cultura, las ideas esenciales que han inspirado nuestro Glorioso Movimiento, en las que se conjugan las lecciones más puras de la tradición universal y católica con las exigencias de la modernidad”.

Para lograr esos objetivos había que recorrer varios caminos, a saber: “Elaborar una aportación a la cultura universal; formar un profesorado rector de pensamiento hispánico; insertar a las ciencias en la marcha normal y progresiva de nuestra historia y en la elevación de nuestra técnica, y vincular la producción científica al servicio de los intereses espirituales y materiales de la Patria”.

Para ello el “órgano fundamental de impulso y de apoyo a esa tarea debe ser el Estado a quien corresponde la coordinación de cuantas actividades e instituciones están destinadas a la creación de la ciencia” (¡1939!).

Por ende, y en medio de otras explicaciones políticas, se decidía  que “se establece el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que tendrá por finalidad fomentar, orientar y coordinar la investigación científica nacional”.

Para ello, entre otras disposiciones, “todos los Centros dependientes de la disuelta Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, de la Fundación de Investigaciones Científicas y Ensayos de Reformas y los creados por el Instituto de España, pasarán a depender del Consejo Superior de Investigaciones Científicas”.

En el ámbito financiero, “El Consejo Superior de Investigaciones Científicas tendrá capacidad para adquirir, aceptar y administrar bienes destinados a sus fines”.

Es decir, en noviembre de 1939 se creaba el CSIC y todo lo relativo a la JAE, pasaba a la nueva institución.

En cualquier caso, lo cierto es que en los años siguientes y hasta la democracia, en el Instituto de Historia se trabajó, como en el resto de España, o denodadamente, o como se pudo.

Pero lo que es indudable es que las reorganizaciones internas que se conocieron, consolidaron una estructura de famosos institutos en Madrid (“Diego Velázquez”, “Balmes”, “Estudios Jurídicos”,  “Miguel de Cervantes”, “Oliver Asín”, “Jerónimo Zurita”), y fuera de la capital, dándose a algunos de vocación regional denodado marchamo internacional (la “Institución Milá i Fontanals” de Barcelona o el “Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento” de Santiago), o pioneros en la defensa del patrimonio hispanomusulmán (“Escuela de Estudios Árabes” de Granada), o proyección iberoamericana de excepcional importancia (“Escuela de Estudios Hispanoamericanos” de Sevilla). Otros, ya en democracia, se fundaron con marcado carácter temático, como el “Instituto de Arqueología” de Mérida.

Durante el franquismo.

Durante décadas las investigaciones históricas en España o se hacían en el CSIC (por antonomasia, aunque me estoy refiriendo a los institutos de Historia), o las escuelas de investigación universitarias tendían a establecerse en el CSIC, pues los recursos económicos y la experiencia, agilidad de publicaciones y, por supuesto, cultura científica estaban más acendrados en el CSIC que en otros lugares. Salvo excepciones, esto fue así. Entre otras cosas porque, creada la Confederación Española de Centros de Estudios Locales (CECEL) como institución desde la que controlar los institutos de estudios locales, la CECEl -digo- era parte estructural del CSIC y los institutos de estudios locales eran reconocidos por el CSIC, para gloria de sus integrantes y de sus revistas.

No toda la Historia que se hacía en España se hacía en el CSIC, no. Pero sí gran parte de lo que se publicaba de calidad en España se hacía desde el CSIC (en sus revistas o sus monografías).

Sin embargo, al margen de las gravísimas consideraciones políticas que se puedan hacer, faltó siempre una proyección seria y mantenida de políticas de ediciones, o de congresos, seminarios u otro tipo de actividades metodológicas.

El CSIC tuvo siempre la fama, y aun la tiene, sin duda alguna, de poseer las mejores bibliotecas de Humanidades de España y así es y sigue siéndolo. La red de bibliotecas del CSIC, los recursos, los fondos, la gestión, la innovación, o por qué no, la agilidad del préstamo interbibliotecario, o la adquisición de fondos, siguen siendo un modelo. Si “todo está en los libros”, con orgullo podríamos decir que “todos los libros están en el CSIC” y si no, es culpa de las líneas de investigación, o de recursos financieros.

Desde la restauración de la democracia.

Los tiempos cambian: las universidades en España fueron creciendo y multiplicándose. Igualmente, la aprobación de las Leyes de la Ciencia, la creación de organismos de regulación de la investigación en pública competencia (ANEP, ANECA, etc.), fueron complicando todo, al tiempo que abriendo una nueva forma de investigación universitaria donde, no tengo duda, en el CSIC estábamos más preparados para los nuevos tiempos del I+D (y luego +i).

Se reestructuraron plantillas, llegaron incómodos tiempos de reorganizaciones, y a partir de 1978 se abrió un nuevo horizonte. Algunas medidas son aún lacerantes, pues hubo dilapidaciones del patrimonio del CSIC-Historia (por ejemplo: contra la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma; contra el Instituto de Estudios Jurídicos porque con su biblioteca se puso en marcha la de la Universidad Carlos III) y se menospreció e incluso estigmatizó buena parte de las investigaciones del CSIC-Humanidades. Fueron años turbulentos. Acaso la independencia de la investigación del CSIC, aunque débil frente a la proliferación de universidades, era incómoda.

Al mismo tiempo, se concursaba a los proyectos de investigación del PN de I+D+i y la importancia de la autofinanciación era una constante. Luego llegaron los tiempos de los grandes convenios entre las Comunidades Autónomas y el CSIC y, si hubo suerte, se recuperaron magníficos espacios para el renacer de institutos del CSIC.

Mas con todo, los recursos para los institutos de Historia fueron disminuyendo y languideciendo, aunque afortunadamente el CSIC nunca renunció a las tres escalas en la carrera científica (no como en la Universidad), lo cual permitió más movilidad y desahogo en las plantillas.

Por el contrario, las leyes de reforma universitaria, permitieron la contratación de “profesores asociados”. Era la oportunidad de oro para que investigadores pudieran dar clase en las universidades, estrecharan lazos con los colegas de las universidades y se formaran o robustecieran equipos con el fin de crear “unidades asociadas” e incluso “centros mixtos” de Humanidades, o de Historia. Pero, desgraciadamente, salvo contadas excepciones, no se permitió ese dinamismo, por trabas administrativas. De nuevo, hubo quienes no se dieron cuenta de la gran posibilidad de abrirse al mundo exterior, con el enorme potencial que el CSIC ofrecía a los institutos universitarios de investigación (puede leerse con más detenimiento sobre cada Instituto en sus propias webs y en general https://www.csic.es/es/el-csic/sobre-el-csic/historia).

Nuevos tiempos, nuevos retos y la reinvención intrínseca.

Este es uno de los mayores problemas de la investigación histórica hoy en día: la incapacidad de rejuvenecer a quienes andan por los pasillos; esto es, el envejecimiento de las plantillas. Téngase presente este dato: desde 2011 a 2019 los institutos de Historia del CSIC han perdido el 15% de investigadores de plantilla.

Si a ello unimos la exhaustiva manía de la “excelencia”, en vez de la recluta de más y más jóvenes, que no todos han de ser unos Juan de Mariana o Modesto Lafuente, sino que nos podríamos “conformar” con instruir y enseñar a legiones (y no a tres o cuatro becados) sobre la paleografía, la edición de textos, el trabajo técnico en las excavaciones, la digitalización de las Humanidades, lo usos en la gestión de revistas científicas, o en los trabajos de redacción y gestión de proyectos y tantas cosas más inherentes a nuestra cotidianeidad, al CSIC le cabría el honor, a la vuelta de unos años, de haber sembrado una semilla de alta calidad en los trabajos científicos, en unos casos, o en el de la gestión –pública o privada- de la Ciencia, o del patrimonio histórico en sentido amplio, en otros casos con los que se nutriese el mundo exterior al CSIC. Y toda esa labor, hecha para jóvenes por investigadores del CSIC.

Por poner un par de ejemplos: ¿podemos imaginarnos que un joven aficionado a la arqueología al que se le presente la oportunidad de formarse en los laboratorios del CSIC, indistintamente si en Galicia, Extremadura, Madrid, Cataluña o Roma, laboratorios especializados en investigaciones de perfil arqueométrico, o en la arqueozoología, o la arqueobotánica, no iba a sucumbir en la tentación de seguir sus estudios en esta línea?; ¿y no podemos pensar igual del otro al que se le enseñaran los arcanos de los grandes archivos españoles, o de los centros en los que se guarda el patrimonio documental (o de cualquier otro tipo) español, de su Edad Media, de los tiempos del nacimiento, consolidación y hundimiento del Imperio?

Faltan jóvenes en formación. Faltan maestros porque no hay discípulos y eso que en España no hay un lugar mejor para investigar que el CSIC: por la cultura científica que tenemos, ya mencionada, por la concentración en la investigación, por los fondos bibliográficos, por la libertad de movimientos tan necesaria e imprescindible a la hora de ser arqueólogo o historiador, antes que cumplidor (no hay quien pueda con toda la burocracia que nos sepulta). No es lógico que nos sea más ágil publicar fuera que en el CSIC, aun a pesar de las garantías de calidad que se tiene al hacerlo en nuestra institución.

Hemos perdido agilidad, financiación y juventud, e incluso lozanía e ilusión. Se debe recuperar. Esta es la llaga sin cerrar que han dejado abierta los tiempos de la crisis.

Por otro lado, aunque esto sea un sueño personal, sería muy interesante lograr que institucional o estructuralmente los institutos de Historia del CSIC no reprodujeran las formas departamentales universitarias. No tiene sentido si se pretende sobrevivir en este mundo tan dinámico. ¿Deberían desaparecer los institutos (ahora solo pienso en el CCHS), y los investigadores con sus equipos tener movilidad y agilidad, así como más libertad de gestión de los recursos?  

Asimismo, en el mundo actual, parece llegado el momento de la interconexión en verdad y no sólo con algún esfuerzo personal salpicado de investigaciones abiertas a todo tipo de imbricaciones y participaciones, no solo colaboraciones.

Porque en efecto, no tiene sentido que no haya más movilidad entre investigadores, destinos, institutos esparcidos por toda España y aun por Italia. Se desaprovecha la capacidad de conseguir financiación pública española y europea que tiene el CSIC. Se va cayendo en un desfiladero sin salida, en donde so color de que “la ley o el reglamento” así lo dictan, porque entonces la gestión marca los ritmos de la Ciencia y no al revés. Igualmente, falta estabilidad: no se sabe qué pasará en unos años; la Ciencia no puede depender de la política, sino de los intereses de la nación.

Pero volviendo a la realidad diaria, seguimos batallando día a día –a veces nos hemos desinflado- por seguir manteniendo la gran herencia semántica que tenemos gracias a los que nos precedieron desde 1910, 1940, o 1978 en adelante, ubi sunt qui antes nos fuere? Y están presentes por todas partes: en los legados inmateriales que dejaron en formas de magisterio, ejemplaridad, dignidad y libertad; en el mantenimiento de revistas de elevadísima calidad que están saturadas de textos por publicar y que son ambicionadas por otros para dirigirlas; en muchas maneras de actuación personal que son simpáticas; en ese orgullo -que tanto hiere por ahí- de sentirnos del CSIC.

ERC y PN de I+D+i, dos paradigmas al uso.

Usando como referencia los datos del Instituto de Historia de Madrid, heredero de los que había en “Medinaceli”, esta es la situación:

Antes he hablado de la tradicional cultura científica de los historiadores en el CSIC. Efectivamente, gracias a la iniciativa personal de algunos investigadores, se ha disfrutado varios proyectos del ERC (a cargo de Therese Martin y Leonor Peña), del mismo modo que en la actualidad hay otros vigentes.

Ciertamente, la convocatoria H2020 ha concedido sendos proyectos https://eshorizonte2020.es/ciencia-excelente/consejo-europeo-de-investigacion-erc) a Ana Rodríguez López (H2020-ERC-ADG/0192) y a Ignacio de la Torre (H2020-ERC-ADG/0595).

A su vez, se ha disfrutado de dos INT  (https://eshorizonte2020.es/ciencia-excelente/acciones-marie-sklodowska-curie/innovative-training-networks-itn), de Ana Rodríguez (Marie Curie-ITN. FP7-PEOPLE) y de Ana Crespo (ITN-Grant  agreement  no.:  607545).

En la modalidad de la convocatoria Research and Innovation Staff Exchange (https://eshorizonte2020.es/ciencia-excelente/acciones-marie-sklodowska-curie/research-and-innovation-staff-exchange-rise).VIGENTE), Consuelo Naranjo coordina uno más (ConnecCaribbean-823846).

A su vez, en el IH se han acogido cinco proyectos Marie Curie Individual Fellowship (https://eshorizonte2020.es/ciencia-excelente/acciones-marie-sklodowska-…), de los que en la actualidad hay dos aún en activo: Arnaud Cazenave de la Roche, que trabaja bajo la dirección de Ana Crespo, y Álvaro
Carvajal Castro, que trabaja con Julio Escalona.

Por otro lado, la financiación de proyectos del Plan Nacional de I+D+i arroja resultados igual de brillantes: en el trienio 2008-2011 se consiguieron 1.832.000 euros de financiación. La crisis, sin embargo, causó estragos: en el trienio 2015-2017, algo más de 1.100.000.

Finalmente, de lo que no nos debemos olvidar es de la altísima capacidad de divulgación científica de los integrantes del CCHS-IH, y de los demás institutos esparcidos por España, cuyas apariciones públicas, participaciones en comités de interés nacional y autonómico y demás actividades, hacen que el ser del CSIC sea tanto como personalizar una herencia inmaterial de rigor, seriedad y calidad, y eso aun a pesar de las dificultades por las que atravesamos: desde 2011, año de máxima plantilla investigadora, se ha perdido un 15 % de investigadores hasta 31 de diciembre de 2019. Pero, por el contrario, se vive bajo una fuerte presión vocacional, incompatible con el sosiego: en los últimos cinco años la producción media anual de libros has sido de 25, media de 10 tesis doctorales dirigidas cada año y de 123 artículos 
de media en revistas indexadas cada año. A pesar de la reducción de  plantilla, se han incrementado los niveles de producción hasta 2018, con un descenso en 2019, todo esto sin tener en cuenta la presencia de textos del CSIC en medios de divulgación, o la participación y aun la codirección de doctorados en universidades y en general nuestra visibilidad científica.

A modo de colofón

Los investigadores del CSIC se sienten plenamente investigadores del CSIC. Para conseguir que esa imbricación sea una fusión plena, no cabe duda de que se necesita replantearse la formación que ofrezcan los institutos de Historia (siempre con más medios humanos y económicos, no con lo que hay), aliarse con el mundo universitario que nos es próximo (además, nosotros tenemos sexenios y muchas universidades privadas, no); rejuvenecer “los despachos” y dotarnos de más libertad y agilidad de gestión, que acaso solo se pueda lograr con una ley propia y con presupuestos plurianuales que den estabilidad a investigaciones que no son de uno o cuatro años. Tenemos las fortalezas humanas e intelectuales: más de un centenar de historiadores de plantilla, que representamos el 40% de los científicos del área.

Ilusionar y enseñar para socorrer a la sociedad.

 

Alfredo Alvar

Profesor de Investigación del CSIC

 

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