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Elena Medel: “Es imposible escribir abstrayéndote de lo que sucede”

El CSIC publica en abierto ‘Erudición sobre hormigas y rositas’, un ensayo acerca de las mujeres que escriben y cómo el género o la clase social inciden en la escritura

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Con motivo del Día del Libro, Editorial CSIC difunde en abierto el ensayo de la escritora y editora Elena Medel (Córdoba, 1985) Erudición sobre hormigas y rositas: acerca de los libros y las mujeres que los escriben. En el libro, incluido en la serie 23 de abril, la autora dialoga sobre las circunstancias de la escritura, la edición y la lectura con escritoras de diferentes épocas y lugares, como Virginia Woolf, Gertrude Stein o Carmen Martín Gaite.

¿Qué diferencias hay entre una novela escrita por alguien que se dedica en exclusiva a la escritura y la de una persona que tiene otro trabajo y debe cuidar de su familia? ¿La historia de la literatura no es también la historia de lo que no ha podido publicarse e incluso escribirse? ¿Existe la literatura femenina? Preguntas como estas recorren un texto que no esconde sus costuras y contradicciones, y cuyas claves la autora desgrana en esta entrevista y en una conferencia disponible en el canal de Youtube CSIC Divulga.

Hablas de escritoras que cocinan poemas al mismo tiempo que un bacalao, de otras que, agotadas por las obligaciones domésticas, rezan para que les vuelva la inspiración, o de ti misma, que escribes después de una extenuante jornada de trabajo… ¿Hay que hablar más de las circunstancias de género y clase que rodean a la escritura?

Me ha resultado siempre muy interesante preguntarme cómo se escriben los libros que leo. Primero lo hacía por curiosidad: “¿De dónde viene la historia de esta novela que me ha gustado tanto? ¿Cómo se le habrá ocurrido a quien la escribió?” Y luego, conforme iba enfrentándome a los problemas que me despertaba la escritura y a las dificultades que mi vida iba poniéndole, comencé a preguntarme de qué manera las circunstancias de cada cual —y ahí entran las cuestiones de clase, de género, de raza, etcétera— afectan a la propia escritura. Por ejemplo, ¿qué diferencias hay entre una novela escrita por alguien que no tiene otra cosa que hacer y otra escrita por una persona con un trabajo al margen de la escritura y que, cuando vuelve a casa, no se puede poner simplemente a escribir, sino que tiene que dedicarse al cuidado de la familia? El libro está atravesado por esa sensación y por esa pregunta constante. ¿Cuáles son los libros qué leemos? ¿Los libros que alguien quiso escribir? ¿Los libros que alguien simplemente pudo escribir, tal como la vida o las circunstancias de vida se le presentaban? Es algo que me ronda desde hace mucho tiempo, y la propuesta de escribir este libro era ideal, no sé si para responder a estas preguntas, pero sí para seguir haciéndome más preguntas al respecto.

¿Crees que, a diferencia de lo que sucede con los hombres, se sigue valorando a las escritoras por lo que representan más que por lo que escriben?

Otra de las preguntas que me planteo es si, en algunos instantes de la carrera de una escritora, lo que se juzga no es el texto que ha escrito (la novela, el ensayo, el libro de poemas) sino lo que representa en ese momento: la edad, una determinada imagen, un encaje en cierta expectativa, etcétera. Es algo que no se recibe de la misma manera si se trata de un escritor. Pienso en dos instantes míticos de la historia de la literatura: esa carta de Emerson a Whitman cuando se anuncia la publicación de Hojas de hierba y ese telegrama que Ferlinghetti envía a Ginsberg después de la lectura de Aullido; los dos, deseando el éxito al comienzo de una larga carrera. ¿Cuántas veces ese telegrama se ha podido mandar por parte de una editora a una autora?

Como reflejas en el libro, Safo y Virginia Woolf vivieron en contextos sociales muy diferentes… ¿Tiene sentido hablar de literatura femenina?

La literatura femenina es una expresión con la que cada vez me reconcilio más. Al principio, como muchas otras compañeras, defendía que no existe la literatura femenina ni la literatura masculina, sino la buena y la mala literatura. Pero son planos diferentes, porque el término ‘literatura femenina’ alude a quien escribe y los términos ‘buena’ o ‘mala literatura’ aluden al texto. También creo que hay una cuestión de complejo, porque aparentemente no hay ningún problema cuando nos incluyen en una antología según la ciudad en la que hayamos nacido o la fecha de nacimiento. No veo que haya nadie rasgándose las vestiduras por una antología de poesía joven o por una feria del libro local relativa a la literatura en Ávila o en Murcia; pero sí que hay suspicacias con la cuestión de género. Esta es otra de las preguntas que lanza el libro y que también recoge una sensación de teóricas, sobre todo de los setenta, cuyas ideas me parece que siguen estando muy vigentes. Pienso, por ejemplo, en Béatrice Didier y en su libro L’écriture-femme, donde defiende que sí existe la literatura femenina o la literatura de mujer, pero que la practican tanto las mujeres como los hombres, porque ella habla de una escritura vinculada sobre todo a la memoria: los diarios, las cartas, las autobiografías. ¿Por qué? Porque son los espacios de libertad. Nadie puede decirte qué poner en tu diario o en tus cartas. Esos eran los reductos de libertad de las escritoras. Si nos fijamos en las primeras expresiones literarias en nuestra lengua, son memorias o poemas que entran dentro de esa escritura de la memoria y de la intimidad. Me interesa mucho esa idea: pensar que, a lo mejor, Michel de Montaigne también escribía literatura femenina en sus ensayos, que eran retazos de vida y de autobiografía.

Al margen de la literatura femenina, ¿crees que hay una literatura escrita para mujeres o que las mujeres pueden sentirse más próximas cuando quien escribe es una autora?

No sé si existe una literatura para mujeres. En todo caso, también nos podríamos preguntar si existe una literatura para gente que tiene 30 años o que ha nacido en Valencia o Asturias. Cuando lees, muchas veces intentas evadirte, pero otras buscas cierta identificación, cierta complicidad y experiencias cercanas a la tuya propia. Ahí puede entrar cierta experiencia propia que puede encajar en esa etiqueta. Yo siempre cuento que Szymborska, en una reseña a propósito de la Ilíada, escribió que cuando leía a Homero sentía como si le guiñara el ojo. Es algo que me parece muy hermoso porque habla sobre el poder de la literatura para establecer esa corriente de complicidad y de conexión al margen de diferencias cronológicas, de lenguas o incluso del hecho de que quizás Homero no existiese. Sin embargo, hay algo en el texto que hace que una mujer en la Polonia de los años 50 o 60 sienta esa conexión y diga “esto me está hablando de mí”. La literatura permite sentir esa conexión incluso cuando estamos leyendo algo que escribió alguien que no tiene absolutamente nada que ver con nuestra experiencia.

El libro está lleno de referencias a escritoras que nos precedieron, pero tu objetivo no es ‘rescatarlas’ sino dialogar con ellas. ¿Falta diálogo en las genealogías literarias?

Otra de las preguntas que se plantean y de las dudas que se van mostrando en el libro es la perversidad de algunas expresiones; una perversidad que ni mucho menos creo que sea voluntaria o consciente. Pero las palabras no son inocentes: significan lo que está en el diccionario, pero también hay intenciones que las respaldan y rastros de la historia que van matizando y dando capas diferentes a su significado. Esto pasa con expresiones como ‘escritoras olvidadas’. ¿Olvidadas por quién? No son un papel que te dejas en la bandejita de la entrada de casa, con las llaves. ¿Quién se las ha olvidado? ¿Por qué? ¿Qué mecanismos hay para que pasen las décadas y sus libros dejen de estar disponibles para la lectura? La genealogía para mí es un diálogo y una conversación. Sobre todo, es un regalo que te haces cuando empiezas a leer a estas autoras, porque te sientes parte de una cadena. Yo hablo de la conciencia del eslabón, porque nada de lo que yo piense es nuevo. No invento nada, recojo todo el rato ideas de otras autoras, que van a estar en otras autoras después. Me gusta pensar en que este libro conversa con textos de Virginia Woolf, Carmen Martín Gaite, Rosario Castellanos, y que hay libros de ahora con esa voluntad de conversar y de dialogar: pienso en obras de Olivia Teroba, de Luna Miguel y de autoras que van a venir después. Para mí, la genealogía solo funciona si el foco está en esa conversación, no en quién rescata o quien descubre, que son verbos perversos en este contexto.

¿A qué te refieres cuando hablas de la “erudición sobre hormigas y rositas”?

Es un rasgo que Marosa di Girogio, una poeta uruguaya que a mí me gusta muchísimo, atribuye, como un rasgo casi físico, a uno de los personajes que viven en sus poemas. Me gusta mucho la imagen de la erudición sobre hormigas y rositas: la sabiduría, el conocimiento, que es uno de los rasgos más altos a los que aspiramos, pero sobre cuestiones matéricas y que están a ras de tierra. Las hormigas, las rositas: ¿a quién le importa saber sobre eso? Me parecía muy hermosa esa imagen que apela a lo bello, a lo esencial y a lo que es importante de verdad. La anoté hace muchísimos años, en 2011, y durante todo este tiempo ha estado esperando su sitio en mi escritura. Cuando empecé a pensar en este libro, apareció casi de inmediato. Me pasó como siempre, que empiezo a trabajar con otro título durante las primeras semanas y luego se impone el verdadero.

¿Las hormigas y las rositas, lo esencial y lo bello, están vinculadas a lo femenino?

Es curioso porque esa vinculación, sobre todo de lo floral, se utiliza en el siglo XIX casi como caricatura, como imagen deformada que ridiculiza a las autoras. Por ejemplo, el término poetisa se empieza a utilizar porque hay muchísimas autoras que en ese momento inician su carrera. Antes había algunas autoras publicando como excepción, pero en esa época surge un movimiento real. De inmediato surge esa clasificación: están los poetas, que escriben poesía verdadera, y las poetisas, con sus cosas de las flores. Hay un poema de Rosario de Acuña, titulado Poetisa, que habla justo sobre la intención de marginar que tiene el término, y de esa voluntad de reducir a una parodia la escritura de las autoras. De reducirla a un tópico y quitarle así trascendencia. [Sin embargo] me parece muy interesante tomar ese elemento y darle una vuelta. Como digo, el libro está lleno de contradicciones, de opiniones que se hacen a la vista de quien lee, que muestran sus costuras.

Juegas con la imagen de un escritor, hombre, que tiene el dinero suficiente y una habitación propia para poder aislarse del mundo, y contrapones esta imagen a la realidad de muchas escritoras que no han tenido estas circunstancias. ¿El modelo al que debe aspirar quien escribe es el de alguien que se aisla del mundo?

El libro se abre como un juego ficcional con el que yo quería retomar el mecanismo de ciertos ensayos de Virgina Woolf. Por ejemplo, Una habitación propia, que es una novela de reflexión o un ensayo novelado, con una fuerza ficcional muy poderosa. Quería jugar con eso parafraseando los paseos de Woolf a la orilla del río y tomando a un personaje que va difuminándose conforme la erudición sobre hormigas y rositas se impone. Era un personaje casi caricaturesco, que antes de escribir se cerciora de que la habitación propia está cerrada herméticamente, de que no va a haber irrupción del ruido, de que no hay acceso a internet, y se empieza a poner un traje aislante, una mascarilla y unas gafas para que nada le turbe. Pero es imposible escribir abstrayéndote de lo que está sucediendo en tu propia vida y en el mundo. Me parece un ejercicio muy complejo y difícil, y no sé si sano para la propia escritura. De esa imposibilidad nace ese personaje que está intentando escribir en una burbuja que está continuamente pinchándose por esas otras realidades. En mi caso, tuve un confinamiento privilegiado porque lo pasé sola, con mi familia a salvo y sana, pero escuchaba experiencias de otras compañeras escritoras que no habían podido hacer absolutamente nada vinculado a su literatura porque habían tenido que quedarse en casa teletrabajando y cuidando de los hijos. Al mismo tiempo, contemplaba testimonios de escritura febril, casi siempre de autores que habían sido capaces de escribir una novela en pocos meses. Eso me llamó mucho la atención y escribí un pequeño artículo que en el libro retomé en la figura de la persona que escribe, ese personaje que va apareciendo y desapareciendo en estas páginas.

¿Qué pensaste cuando desde el CSIC te propusimos escribir el libro?

Mi primera reacción fue decir que no, porque pensé “¿qué tengo yo que aportar?” Luego recordé todo el tiempo que dedico a reflexionar sobre qué hay detrás de los libros. ¿Cuál es el camino hasta el libro? ¿Hasta qué punto la historia de la literatura no es solo la historia de lo que se ha publicado, de lo que podemos leer, sino de lo que nunca se ha llegado a publicar o incluso a escribir? Me pareció que podía ser interesante abordarlo por escrito y plantear este libro, que está lleno de dudas y de preguntas, pero que espero sí que tenga alguna erudición sobre hormigas y rositas que pueda ser útil.

Eduardo Actis y Erica Delgado (CSIC Cultura Científica)


Conferencia de Elena Medel en la Librería Científica del CSIC

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